miércoles, 15 de julio de 2015

La memoria histórica mexicana en acto



**Este texto fue escrito el 26 de marzo de 2015**


Se acercan las elecciones intermedias de 2015 y se escuchan todo tipo de voces, en contra y a favor. En este contexto, éste es un mensaje tanto para los que creen en un gobierno sin instituciones como para los que piensan que el ejercicio "democrático" electoral existente en el país es lo menos peor. Pero sobre todo para aquellos que dicen que México es un país sin memoria histórica. El mensaje es éste: Cherán está vivo.

Recuerdo que un día estaba volanteando con unos compañeros en un mercado de Morelia. Queríamos generar diálogo y reflexión sobre la desaparición de los compas de Ayotzinapa, quienes están cumpliendo hoy medio año, seis meses sin regresar a sus escuelas y casas, sin estar con sus amigos, lejos de sus familias. En aquel entonces aún no sumábamos los 180 días que se cuentan hoy. El tema era reciente, la piel de los mexicanos se acababa de enchinar. Pero ya desde ese tiempo, algunos pesimistas (¿conformistas?) auguraban el futuro olvido del caso, con él el perdón de los responsables y la eterna injusticia en el país. Con esas predicciones se constataba a priori la total ausencia de la más mínima memoria y consciencia histórica de los que aquí vivimos. Pero esa adelantada crítica parte de una falta de pericia para ubicar lo que se busca: ¿dónde está, dónde vive la memoria histórica? ¿A qué casa voy a tocar esperando que me abra? ¿A la del intelectual, a la de los partidos políticos? Puede ser, a veces, no siempre… ¿Cuál consciencia es más caprichosa, más detestable, más injusta con el «hecho histórico»: la que lo descontextualiza para comprar votos o la que, a sabiendas del contexto, simplemente le voltea la cara para no perder beneficios de algún tipo? En ambos casos, el producto de la consciencia pretende imponerse, ensartarse, no construirse en comunidad, no es memoria histórica.

Ese día del que estoy hablando fue un parteaguas para mí. Me di cuenta de que no se es consciente cuando se tiene una idea en la cabeza: la memoria histórica es actividad. Es acto y no idea, o, más bien, es idea en acción. No es populismo para ganar votos ni un lugar en un enorme acervo mental listo para ser consultada por el erudito sólo en momentos de ocio. Ese día caí en la cuenta de dónde está la memoria, y no tuve que tocar una sola puerta. La encontré mientras volanteaba en el mercado "Pedregal”. Naturalmente, el de la consciencia no era yo.

Prácticamente nos dedicábamos a asaltar a la gente y (si quería) darle un volante y platicar con ella. Me tocó el desprecio de algunos señores padres, algunas personas de la tercera edad. También vi, aunque pocas, algunas parejas jóvenes y chavos que iban a hacer el mandado pero que alegaban no tener tiempo.

Dato interesante para futuras reflexiones: las madres casi no rechazan. En general ellas eran las que se sensibilizaban al problema. (¿No es también –sobre todo- sensibilidad eso de la «consciencia histórica»? O, en otras palabras: ¿de qué sirve ésta sin aquélla?) ¿Es casualidad que los comités y asociaciones que buscan a las personas desaparecidas están mayormente formados por mujeres? En fin, esto es para otro momento.

Dejo de divagar y me concentro en la historia. En una de ésas me tocó abordar a una madre con sus hijos. Cuando comenzó a escuchar el tema y los objetivos que perseguíamos se mostró disponible, muy amable y agradecida con el trabajo que estábamos haciendo. Fue agua fresca para el sofoco que sentía entonces, en parte por el sol, en parte por los rechazos, en parte por los augurios de olvido de los pesimistas a los que, poco a poco, les daba la razón a medida que pasaba el día y los rechazos. Pero la señora no se fue, bajó las bolsas, detuvo su día, detuvo el paso de la niña mayor y el niño menor y comenzamos a intercambiar percepciones. “Yo dejé de hacer cosas porque ni mis vecinos me ayudaban para conseguir lo que a los de la colonia nos beneficia”, me confesó en algún momento del intercambio. Yo le seguía la plática, porque veía que lograba lo que iba a hacer: platicar con la gente. Con aire complaciente me decía:

- Por eso les agradezco mucho lo que están haciendo. Me hacen recobrar la fuerza para hacer cosas. Si nosotros mismos no nos defendemos, nadie va a venir a hacerlo, ni los de la otra colonia, ni el gobierno ni los partidos políticos. ¡Aprendamos de Cherán! Ve cómo se organizaron allá porque los partidos políticos no les hacían caso. Y acá piensan que por repartir teles se nos va a olvidar todas las porquerías. No seamos…

- Mamá, ¿qué es Cherán?

La pregunta fue hielo en la espalda, ganas de llorar por lo asombroso de lo que acontecía, fue pasmosa. Y para ser sincero, fue hasta ese momento que caí en la cuenta del motivo que me había llevado a volantear a un mercado: ¡la familia! Hasta ese momento, una ideología estúpida me había metido en la dinámica de negar (sin intención) la existencia de esos interlocutores a quienes (de hecho) me dirigía. Éste, el hijo de la señora con quien hablaba, se rebeló contra el pisoteo de que estaba siendo víctima y nos lanzó una ardiente pregunta: "¿Qué es Cherán?"

Estuve a nada de felicitarlo por hacer una pregunta tan atinada y tan poco valorada. ¡Qué idiota habría sido! Justo ese ánimo es el que estaba entorpeciendo mi diálogo con las demás personas; me sorprendí queriendo responder con un aire de sapiencia despreciable, como habría respondido un predicador que sabe que el interlocutor ya cayó en el camino de "la verdad". La mamá respondió con más inteligencia: “Cherán es un lugar donde no entran los partidos, mi amor. Ahí la gente se pone de acuerdo entre vecinos para decidir quién gobierna y quién no, y si alguien no está viendo por todos, se organizan y lo quitan…”

El niño escuchaba con el gesto de quien está siendo sustraído de un mundo al que ya se está empezando a acostumbrar. Gota a gota, la explicación, la historia caía bañando su pequeño cuerpo con agua de otro mundo, con agua que limpia los ojos de conformismos y le abre horizontes. De ser protagonista del diálogo, tomé la envidiable posición de espectador frente a una acción política de enormes dimensiones: una mamá contándole a su hijo la historia de un pueblo inimaginable para nosotros, inescrutable: inteligente, valiente, poderoso, grande, la historia de un pueblo que construyó instituciones para no dejarse pisotear por las de un sistema vil. Ese día vi a una madre, ciudadana informada y casi con los brazos caídos, explicándole a su hijo cuál es ese mundo que se llama “Cherán”; mostrándole con coraje que lo que existe, que lo que nos quieren vender como lo único que existe, que lo que nos quieren adiestrar a pensar que es lo único que existe, que lo que mucha gente no quiere aceptar que es lo único que existe pero lo tiene que aceptar porque no hay de otra… que eso no es todo lo que existe. Una madre abriéndole horizontes a su hijo: "Podría existir una cosa mejor a la que estamos acostumbrados".

Ese día aprendí que el 26/sep no será olvidado, como no se ha olvidado Cherán y sus triunfos, como no ha sido olvidado el zapatismo, como no se han olvidado muchas otras luchas. La memoria histórica está viva, y no sólo vive en algunos intelectuales o en algunas figuras públicas: vive en muchas familias mexicanas, en muchas madres que cuentan a sus hijos lo que se vive y lo que no se debería vivir. Quienes auguraban el perdón a los responsables y el olvido del caso Ayotzinapa no se equivocaron, si suponían que todo es marchar en el centro histórico. Es obvio que las marchas se esfumarán o encontrarán otros motivos. Si pensaban que el poder de acción está en los partidos políticos, tampoco se equivocaron en augurar perdón y olvido. Pero no sólo ahí está la memoria y la consciencia histórica. Si reparan en que una madre hablándole a su hijo de Cherán es memoria histórica en acto, entonces sí se equivocaron brutalmente. La familia es un centro de actividad política. Lo prueban, día a día, desde aquel septiembre, los padres de los compas normalistas desaparecidos.

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